Unai y Aina 25+0
Estaba embarazada y me encontraba en la semana 24 + 2 de gestación de mis mellizos Unai y Aina. Nunca olvidaré la cara de la ginecóloga esa tarde del 11 de mayo de 2018. Ingresé por urgencias en el Hospital Universitario Nuestra Señora de la Candelaria (HUNSC), acudí por pequeños cólicos, más suaves que los de la regla, y lo que creía que podía ser, pérdida de líquido de mis bebés.
Me comenzaron a explorar, era la ginecóloga residente, comienza a realizar un tacto y dice: “Está dilatada completa, y toco algo que no consigo identificar”. Resultó ser la bolsa del primer bebé, Unai, mi chico, y lo que no conseguía identificar eran sus pies. Su cara fue de terror, imagino que la mía también. Después de ese momento todo se convirtió en una tremenda locura.
Protocolo de parto prematuro
Se activa el de protocolo de parto prematuro, en un momentito la sala de paritorio se llena de pediatras, preparaban todo para atenderlos a su llegada. Enfermeras y matronas comenzaron inyectarme medicación, corticoides para la maduración pulmonar, sulfato de magnesio para proteger sus cerebros; otra intenta por todos los medios conseguir al menos dos vías para pasarme toda la medicación (no fue tarea fácil), antibiótico porque una de las bolsas tenía una pequeña rotura y el atosiban, la medicación para intentar frenar las contracciones. Eso que yo describía como pequeños cólicos y el motivo por el que acudí a urgencias, resultaron ser contracciones con dinámica de parto al ponerme el registro.
Recuerdo mucha información de los pediatras, una de ellas, la fecha límite para la reanimación de los niños si llegaban a nacer (24 sdg), que nosotros, menos mal la pasábamos aunque solo fuera por dos días. Nos comentaron la infinidad de problemas que los niños podrían tener en un futuro y todos los problemas a los que se enfrentarían mis pequeños por nacer de forma tan prematura.
Después de toda esta espantosa información que nos dieron a mi marido Alejandro y a mi, nos hicieron la peor y dura pregunta a la vez que sorprendente que me han hecho en mi vida: “¿Si los niños llegan a nacer ahora, que quieren que hagamos?” Perplejos nos quedamos, miré a mi marido y sin decirnos ni una sola palabra los dos contestamos a la vez: “Hagan todo lo posible para salvarlos y ayudarlos”. No cabe en mi cabeza otra respuesta a esa pregunta.
Por último, preguntaron si tenía alguna duda y yo ingenua y sobre todo asustada, al ver que todas las pediatras tenían todo listo para el nacimiento de los niños les pregunté, “¿pero ustedes qué quieren, que se queden dentro, ¿no?” Ellas las pobres creo que no se rieron por respeto, pero me dijeron que por supuesto, que querían que se quedaran dentro de mi todo el tiempo posible. Hoy en día nos reímos de esa pregunta en la consulta de neonatología con la pediatra, pero yo sentí como que me los querían sacar al ver que ya estaba todo listo.
Los días siguientes
Esa noche y gran parte del día siguiente estuve en el paritorio, la medicación fue haciendo efecto y mis contracciones pararon. Me pasaron a planta y me pusieron en una habitación yo sola para que pudiera estar tranquila. Siendo sincera a mi se me vino el mundo encima, no quise que nadie de mi familia viniera a verme (no me hicieron caso y hoy en día lo agradezco), no miraba el móvil, ni las mil llamadas que tenía ni los WhatsApp de apoyo de gente querida; no quería comer, solo quería dormir y que las horas pasaran.
En planta el personal fue muy bueno conmigo, las matronas y los enfermeros me decía que por lo más mínimo, aunque fuera que me doliera el dedos gordo del pié, los avisara.
El tercer día de ingreso me llevan de nuevo a paritorio porque volvieron las contracciones, de nuevo me vuelven a poner la medicación y horas después van parando, se volvió a avisar a las pediatra que prepararon todo de nuevo para el nacimiento de los niños. Cuando comprueban que las contracciones habían parado, me llevan de regreso a planta.
El quinto día de ingreso, el día 15 de mayo, me llevan con la ginecóloga para la revisión, yo ya sabía que la cosa no estaba bien, lo llevaba pensando toda la noche pero no había dicho nada, sabía que la bolsa del niño había seguido bajando por el canal de parto. Ella lo comprueba con el ecógrafo y decide mandarme de nuevo a paritorio.
El paritario
Después de estar unas horas en el paritario, vienen cuatro ginecólogos y varias matronas, me dicen que ya la situación no se puede alargar más, que no es bueno ni seguro, ni para mi, ni para los bebés por riesgo a una infección. “Vamos a provocar el parto poniéndote oxitocina para que comiencen las contracciones y puedan los niñas”.
Entré en pánico y solo les decía que si era necesario una cesárea, que la hiciera. Pero ellos me explicaban que en la parte en que está colocado el niño era igual de malo el tener que tirar de él para sacarlo por la barriga como que naciera por vía vaginal y aparte que una cesárea en mis semanas de gestación era muy peligroso para mi, esa última parte a mi me entraba por un oído y me salía por el otro.
El día fue pasando y la medicación fue haciendo su trabajo, el registro marcaba contracciones fuerte y de parto. Deciden que daré a luz en quirófano para tener más espacio para todos y por lo que pudiera pasar. Fue todo bastante rápido, para que naciera Unai solo empujé un par de veces, y contra todo pronóstico nació llorando, fantástico en estos casos. Unos veinte minutos más tarde, nació Aina. Tardó unos minutos en que yo escuchara llorar, me tranquilizó. Los dos nacieron dentro de sus bolsas intactas, lo que se conoce como parto velado. Resultó ser algo bueno para ellos porque estuvieron protegidos en su salida por el canal de parto. Sólo los pude ver unos escasos segundos, en el momento en que la ginecóloga se lo entregaba a las pediatras. Mi familia los pudo ver de camino a la UCIN (Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales).
Regreso a la habitación
Sobre las once de la noche me llevaron de regreso a la habitación, ya no estaba sola, gracias a dios que no me pusieron con una recién parida y su bebé. No lo hubiera podido soportar. Le dije a mi marido que quería ir a ver a los niños pero él me pedía que descansara. Yo no tenía epidural, ni puntos, ni nada de nada, es más, me encontraba con la adrenalina al máximo y no podía descansar aunque quisiera. A las cinco de la madrugada, ya no podía más, le dije que me llevaba o me iba yo sola (no tenía ni idea de donde estaba la UCIN). El sabía que era capaz de irme, así que fue a buscar una silla de ruedas, porque me encontraba algo mareada y me llevó a conocer a nuestros hijos.
Mis pequeños
Mis pequeños estaban en el segundo box, uno enfrente del otro. A la izquierda Aina, en el nido 4 y a la derecha Unai, en el nido 3. Una auxiliar limpió el vapor de la incubadora para que pudiera ver algo, no sirvió de mucho porque solo veía mantas, cables y tubos.
Desde que nacieron mis hijos mi mundo se puso patas arriba, tuve que dejar mi casa, vivimos en Adeje, y para mí era impensable irme a una hora de camino de mis hijos. Conseguimos un piso justo enfrente del hospital, cada tres horas estaba pegada a un saca leche para que cuando mis hijos pudieran alimentarse tuvieran reserva de leche materna y poder establecer dicha lactancia en un futuro. Fue duro, día y noche cada tres horas con el maldito sacaleche y sin saber a ciencia cierta si algún día ellos iban a poder tomarla.
Mis hijos estuvieron 3 meses y medio en la UCIN, pasaron por múltiples problemas (ductus arterioso persistente, enterocolitis, retinopatia, muchos problemas respiratorios, varias infecciones hospitalarias, transfusiones…) la mayoría del tiempo de ingreso, estuvimos en aislamiento por las dichosas bacterias hospitalarias, incluso un aslamiento entre ellos dos.s Debido a esto, no pasamos a cuidados medios cuando los niños mejoraron sino que nos fuimos de alta directamente desde la UCIN.
Esos 3 meses y medio fueron una carrera de fondo, como bien nos decía la neonatóloga, y si un día daban 2 pasos para delante, al día siguiente daban 3 para detrás hasta que cogieron carrerilla y con los cuidados del personal de la UCIN fueron superando todos los obstáculos y madurando.
Una anécdota de la que hoy en día nos reímos mucho, es que con Unai se complicó con el cierre del ductus y se programó el traslado en helicóptero a un hospital de Gran Canaria para cerrarlo con cirugía. Ese día dos horas antes de que llegara el helicóptero, (mi marido ya estaba en Gran Canaria), vino la cardióloga para hacerle el último ecocardiograma y vio que el ductus había cerrado y que no iba a necesitar la cirugía ni el traslado. Ese día salté de alegría en el box, cuando nadie me vio, y llamé a mi marido para que regresara a nuestro lado lo antes posible. Lloré las lágrimas más dulces y a la vez más amargas de mi vida.
El alta
Mis hijos deberían haber nacido el 28 de agosto del 2018 y el 31 de este mismo mes, nos fuimos de alta a casa. En casa para nada fue un camino de rosas. Es sumamente fatídico el cuidado de los bebés en general, más si son dos bebés y en el caso dos bebés nacidos prematuros extremos pues se podrán imaginar. Hay que tener mucha mucha paciencia a la hora de la alimentación, infinito cuidado con las posibles infecciones, Unai aún continuó con oxígeno en casa durante 4 meses y mi obsesión con la saturación cada vez era mayor.
Pero el tiempo pasó. Fuimos superando las batallas en casa que no fueron ni son pocas y tampoco fáciles.
Hoy en día tiene 21 meses cronológicos (cuando nacieron) y 18 meses de edad corregida (cuando deberían haber nacido). Son niños muy curiosos, inteligentes, ruidosos (que se lo digan a mis vecinos jaja) y dentro de lo que cabe sanos. Por el momento no se les ha diagnosticado ninguna secuela grave por su nacimiento prematuro y seguimos en la lucha día a día. Nos vamos enfrentando a los problemas según vayan apareciendo e intentando no pensar en el futuro, ellos me han demostrado con creces que se puede con todo y confío en ellos más que en nadie en este mundo.
El camino es duro, la recompensa para toda la vida. Son palabras que llevo marcadas en mi piel.